Memorias de Hato Mayor del Rey

Mis abuelos maternos emigraron hacia Hato Mayor del Rey, un pueblo en la región oriental de la República Dominicana, allá por los años cuarenta. Se les presentó la oportunidad de instalar una tienda y la abrieron ofertando en ella desde productos comestibles hasta ferreteros. El negocio se encontraba en la intersección de las calles Manuel de Jesús Silverio y Quintino Peguero de la referida ciudad. Cuando me tocó vivir allí en mis primeros años de la pubertad, Hato Mayor era una pequeña comarca con algunos barrios: Villa Canto, Media Chiva, Güaley, Puerto Rico, La Guama y Ondina.


En ese ir y venir de mi peregrinación de Hato Mayor a la Capital, tuve la oportunidad de ser profesor en la escuela secundaria Cesar Nicolás Pénson. Conocí en ese tiempo de magisterio todo lo que se puede conocer de un pueblo además de saber que tiene un clima tropical húmedo que influyó bastante en mi primer ataque de asma.


Personajes pintorescos unos y emblemáticos otros como El Loco Piyiya, Francisquito La Rata, El Primo, Bombillo, Guele Bicho, José Moñita, Papito Planta, Cucuyo, Isidro La Rana y su padre Pilo Chávez convivían en un ambiente campechano donde todo los domingos la banda de música municipal tocaba una retreta en la rotonda del parque Mercedes de La Rocha.


Los olores del arroyo Paña Paña se mezclaban con el de los jobos de puercos que cubrían el piso de las empalizadas en las afueras. Los guayabales que empezaban a parir con las primeras brisas navideñas, explotaban con su aroma peculiar. Había cientos de árboles de esta fruta detrás del colegio de los americanos, pero la que la gente más le gustaba y compraba eran las guayabas de Doña Cocola, las de Mochola y las del patio de Bitico Astacio.


La época de mayor gozo venia con la llegada del tiempo de mangos y las habituales caminatas hacia las lomas de Pijín primero y luego de Fermín. Cientos de lugareños se enfrascaban al peligro de buscar este fruto en potreros llenos de vacas cebúes y cerdos casi salvajes. Se bajaba de estos cerros "jarto" de la fruta pero además se traían algunos aguacates, tamarindos, caimitos y naranjas agrias que abundaban en los contornos de las montanas.


La fonda de Yita era casi obligatoria visitarla para cenar, así como las carnitas con tostones que preparaba Papito en la mañanita cerca del negocio de los Bassa y frente a La Esquina Caliente de Manuel Rosario. A pesar de ser un pueblo pequeño había que hacer fila para comprar el rico manjar. Otra peregrinación nuestra varias veces a la semana era ir a comer pasteles de hojas donde María Monegro y de paso pararnos en la fritura que había frente a Otimio Mercedes.


Nunca podré olvidar el dulce de leche de María Vitamina, el mabí de Gustavo Valdez y de Evaristo Sánchez quien vivía gritando a Jimaquén, uno de sus hijos, que sacara las "patas" de la lata donde se fermentaba el bejuco que producía esta efervescente bebida.


Los "añugas perros" (bizcocho o torta dulce hecha de harina de maíz gruesa) de Manuel Rosario y Abejita el chino que lo hacía acompañar de un refresco de frambuesa artificial  bautizado con el nombre de "aguarrás", es historia patria en la historia hatomayorense.


Los coquitos de coco y suspiritos de Argentina Nova, el cristal de guayaba Mirita Peguero, el helado de coco que hacia la mamá de Carmen Vásquez frente a la escuela Bernardo Pichardo, las galletas con tomate de Papín Brea, el pan de agua de los Cantos y el queso blanco de Rufino Castillo eran obras maestras en la cocina culinaria hatera.


En Hato Mayor conocí a Siete Cambios vendiendo billetes de lotería en las calles, a Drogui, Chichí Pelo de Puerca, la fabrica de zapato de Papito Boyongo, a Guayo montado en la camioneta roja de la compañía de electricidad, a Mal Querido repartiendo ron en los bares, a Quiquisa y Juan Droga hablando de los momentos estelares de La Fania All Stars.

Conocí a la Materia, a Buchín, Boso Duro,  Coyoja, Bubuya y a Cuba Sala.


Los mitos y leyendas se mantenían en la boca de los residentes quienes hablaban del "bacá" de Santo Rijo, del barrilito de cheles de Fermín Morales, de la "mano peluda" que cuidaba la finca de los Barriolas y de las morocotas de Abraham Hoffiz.


Hato Mayor era la comarca de La Guabina, Vitamina, Care Queche, Micurimbo, Colí, Julito La Chiva, Pepé Fanía y otros que han sido piezas claves en el impulso de la economía y el desarrollo de toda la región.


Los doctores Brugal, Paz y Ovidio Rodríguez eran los tres médicos del municipio, el doctor Pulio (los empates duraban una eternidad) y Andrés Berroa eran los dentistas y Antolín Padilla, Machito Canto y Diomedes de Los Santos los abogados.


El Hato Mayor de hoy cuenta con cerca de veinte vecindades. Los habitantes son el doble. El teléfono celular, IPod, MP3, las Laptop, las PC, k en vez de que, Omega, Tito Swing, Aventura, las fotos de Sobeida, el "mercado de purga" y todo el modernismo se han adueñado de la ciudad.


El guayabal detrás del colegio es un residencial, ya los mangos no se regalan, ni los aguacates, ni nada. Ya Hato Mayor como todas las ciudades que crecen, perdió sus costumbres y tradiciones. Sus personajes mueren y sus esencias se evaporan.

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