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Los cadáveres y los supervivientes se mezclan dolorosamente en Haití

Los gemidos de un bebé malherido traspasan los escombros mientras un grupo de hombres saca tierra en silencio para llegar hasta él entre las ruinas. De repente, la tierra tiembla de nuevo en la capital de Haití y todos huyen despavoridos.

Una víctima del sismo es evacuada en Puerto Príncipe, el 13 de enero de 2010. Edificios caídos y habitantes en pánico en las calles: Puerto Príncipe, cuyo centro "está destruido", quedó sumergido en el caos tras el poderoso sismo que asoló el martes 12 de enero a Haití y las autoridades temen "centenares" de muertos.

Una víctima del sismo es evacuada en Puerto Príncipe, el 13 de enero de 2010. Edificios caídos y habitantes en pánico en las calles: Puerto Príncipe, cuyo centro "está destruido", quedó sumergido en el caos tras el poderoso sismo que asoló el martes 12 de enero a Haití y las autoridades temen "centenares" de muertos.

Los gemidos de un bebé malherido traspasan los escombros mientras un grupo de hombres saca tierra en silencio para llegar hasta él entre las ruinas. De repente, la tierra tiembla de nuevo en la capital de Haití y todos huyen despavoridos.

Todos menos Jeanwell Antoine, que, hundido entre las piedras, ya puede tocar uno de los bracitos del niño y continúa con calma su rescate. "No soy yo quien retira esta tierra. Es la mano de Dios, que ama la vida y me guía porque quiere salvar a este bebé", afirma.

Escenas similares se repiten en el centro de Puerto Príncipe, totalmente devastado el martes por un fuerte sismo que dejó miles de muertos.

Los restos de los cadáveres se ven entre las ruinas de las casas: una pareja sorprendida durante su sueño, niñas cubiertas de polvo, mujeres prácticamente desvestidas cuyos ojos siguen abiertos con espanto y numerosos cuerpos carbonizados en el interior de los vehículos.

Los cuerpos que han podido ser rescatados se alinean cubiertos con sábanas en una macabra procesión que hace estallar en llanto a numerosos ciudadanos.

"¡Ayúdenme! Mi esposo sigue atrapado aquí dentro. Por favor ayúdenme, sé que está vivo", solloza una mujer.

En la céntrica calle de Saint Honoré, un hombre cubierto de polvo aguarda en pie desde hace 24 horas rodeado de amigos y vecinos. Pese a los esfuerzos de todos, su pierna permanece atrapada por un carro desde el martes y está casi desvanecido por una probable hemorragia interna.

"Morirá antes de que lo saquemos", afirma en voz baja Wilson, estudiante de Sociología.

Los supervivientes vagan desorientados por las calles e intentan rescatar con sus propias manos a los heridos. No hay excavadoras, ambulancias o bomberos circulando. El Estado de este paupérrimo país caribeño está también en ruinas como lo atestigua el Palacio Nacional, derrumbado por la fuerza del temblor.

"Creo que podríamos estar hablando de una cifra cercana a 50.000 muertos. Necesitamos la ayuda internacional urgentemente", repetía el primer ministro del país, Jean Max Bellerive, al recibir el primer avión de ayuda humanitaria el miércoles por la tarde, enviado por el gobierno venezolano.

Pero al desaparecer el sol, miles de personas se disponen de nuevo a pasar la noche en la calle. Han huido de sus casas con lo poco que tienen y han improvisado precarias tiendas de campaña mientras aguardan que alguien venga a ofrecerles un poco de agua o arroz.

Los más viejos lloran pensando en sus hijos muertos o en la familia de la cual no tienen noticias. Las líneas telefónicas apenas funcionan en la capital y no hay ningún servicio de agua y electricidad.

"¿Qué hizo este país para merecer tanta desgracia junta?", se pregunta Rody Baptista, sentado en una silla a las puertas de la que fue su casa y hoy es sólo una montaña de escombros.

El anciano, de 80 años, tiene a dos de sus hijos sepultados bajo las piedras y se niega a ir a ningún lugar hasta recuperar sus cuerpos.

A pocos metros, un grupo de mujeres canta y aplaude. Es una música alegre que choca con lo que las rodea y les recuerda que deben estar felices por seguir con vida.

Sin embargo, las numerosas réplicas del terremoto interrumpen sus cánticos y vuelven a llenar a los haitianos de miedo.

"¿Usted cree que la tierra puede volver a temblar igual?", preguntan todos. "Nadie lo sabe, sólo Dios", se responden entre ellos para tranquilizarse.

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